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163 males! Prefiero la soledad del yermo al monasterio donde anida ese monstruo de iniquidad! Y alabo á los Prelados que prefieren la extinción de los con- ventos á que se viva en ellos vida particular. Duro con ellas! y á cerrar los noviciados, para que acaben por consunción las monjas que no quieren vida común, ni desprenderse de su mísero peculio! El da muerte á la pobreza santa y á la paz del claustro, á la caridad fraterna y á todas las virtudes religiosas: por eso te dije antes que dichosa tú y dichoso tu convento donde no es conocido. Y no, porque digo esto, va- yas á creer que aquí le conocemos, que á Dios gracias no hay tal: aquí lo perseguimos de muerte y prefe- rimos derribar el convento á consentir que anide en su recinto. Ya en su tiempo el Bto. Jacopone de Todi, el gran cantor de la pobreza, fustigó con finísima sát ira á los quebrantadores de este voto. Penetra él con la mente en suntuosas moradas de religiosos, y... cuántas comodidades! qué abundancia! cuantas cosas supér- fluas! qué lujo! qué grandeza!.... recorre con ávida y escrutadora mirada los aposentos, los claustros, las iglesias, y en ninguna parte halla á su amada Pobre- za: sólo descubre rastros de su paso por aquel sitio, huellas que, traducidas á un idioma cualquiera, po- drían formar este epitafio: Aquí estuvo la pobreza En tiempos que ya pasaron. A la sátira añade la caricatura este bienaventurado; y á los, y á las mal avenidas con la práctica de este voto, me los pinta escoba en mano, echando del monasterio á la santa pobreza; y á ésta como mártir perseguida de los suyos, y conducida al suplicio, donde la escarnecen, la azotan, y le dan la muerte. Sil que á la santa pobreza los regalos le atan las manos, las comodidades la escapen al rostro, lo supé:-

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