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MOR AS A XXVI El martirio de la Santa Pobreza. Qué aurum diligit, mon justi- fÁicabitur. Quien ama el oro, no será justificado. EccLi. 81, 5. Ar estimada Margarita: Riéndome á todo reir ' terminé la lectura de tu grata, viendo las pre- guntas que me haces sobre el peculio. ¿No conoces tú ese bicharraco? ¿No se cría por ahí por lós rincones de tu eb vento? Pues entonces, di- chosa tú! y dichosa tu Comunidad, y dichoso tu monasterio, en el cual no se oye el aullido feroz de ese mónstruo, ni los gemidos de la pobreza santa por él sacrificada, ni el llanto de la caridad fraterna, espirante entre las garras sangrientas de esa fiera, ni los quejidos de la religiosidad, víctima de su implacable saña. Peculio, ¡nombre maldito! con el cual se designa una cantidad de dinero, procedente de bienes extra- ños al convento, y permitido al religioso para aten- der con él á sus necesidades particulares, de modo que á su arbitrio y libremente puede emplear en ellas tal dinero. Esto, y desterrar del convento á la pobre- za, es una misma cosa. Es verdad queel peculio, del
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