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2 o casi siempre viene de prisa; aquí, sin haber visto desde la pasada exi laustración un Padre de nuestra Orden que nos explique de y iva voz la regla que nos manda guardar estrecha: y altísima pobreza; aquí, sin que nadie nos entienda, cuando le preguntamos alero de las cosas sobrenaturales que Dios obra en las almas que El quiere; aquí, donde nos pegamos unas á otras los resabios que del mundo traemos, antes de adquirir la perfección que venimos buscando; aquí, donde las costumbres más triviales adquieren con facilidad el carácter de ley con pretensiones de 1rye- vocable; aquí, en este huerto cerrado, jardín del divino Esposo, las plantas necesitamos muy mucho sus trabajos, porque las plantas crecen con el tiempo, envejecen con los años, V al cabo de ellos han menes- ter quien las cuide y quien las limpie. Es verdad que esta comunidad florece todavía, como árbol plantado junto á la corriente de las aguas, como la oliva especiosa en el campo, ó como la vid frondosa asida al olmo; pero ¿qué vid no necesita de poda? ¿Qué olivo no cría marojo? ¿Qué arbol no necesita lim- pieza ú dirección? Mire, pues, V. si se le presenta un ancho campo que cultivar, y del cual pueda coger ópimos frutos. » Dices bien, querida Margarita, y aún te quedas muy corta. Los que, por razón de nuestro ministerio, vamos á dar ejercicios á las comunidades religiosas ú á confesarlas de extraordinario, somos los que pode- mos apreciar la grande necesidad que tienen unas de reforma, otras de instrucción, y todas de alimento es- piritual. Quizás no habrá una á quien no se pueda aplicar con verdad este lamento de Jeremías: Petie- runt panem,et non erat qui frángeret éis. Pidieron pan, y no hubo quien se lo diera. Sé que en el claus- tro florecen las virtudes, como la hierba en el prado; pero también sé que todas las flores no son aromáti- cas, ni todas las plantas fructíferas: las hay estériles y de frutos amargos. Conozco á fondo el heroismo y

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