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150 que nos dan; de éstas, porque no podemos convertir- las en fondos*propios de la Comunidad, sino que pasan al dominio del Papa, cuyo delegado (Síndico apostólico le llamamos nosotros) las emplea en las necesidades de los religiosos; y de aquellos, porque ó son de los fundadores, si se han reservado el dere- cho de propiedad, y si no se lo han reservado, pasan directamente al dominio de la Santa Sede. Esta pobreza altísima que profesa la Orden en común, alcanza á cada uno de sus miembros en par- ticular, puesto que ninguno tiene asegurada la sub- sisténcia para el día de mañana; todos están pendien- tes de la clemencia de Dios, y descansan confiada- mente en la promesa de aquel que dijo: «No os preocupéis por lo que habéis de comer ó vestir: Vuestro Padre celestial sabe lo que necesitáis: buscad ante todo su gloria y lo demás os lo dará sratuita- mente.» Y la experiencia me ha enseñado que cuanto más confiamos y nos abandonamos en brazos de la Providencia, tanto más largamente suele Dios pro- veernos y regalarnos; porque, como el salmista dice, Dios se ha hecho refugio del pobre y no desoye sus clamores. Aquí debo añadir que el mérito de la pobreza no consiste solamente en la carencia de propiedad, ni en el uso moderado y pobre de las cosas, sino que tam- bién le da mérito la dependencia y sujeción á la obediencia para servirnos de cualquier objeto. Por esta razón una Comunidad rica, cuyos individuos están fielmente subordinados al Superior para el uso de todas las cosas, guardará la pobreza particular mejor y con más mérito que otra Comunidad pobríz sima, cuyos individuos dispongan libremente de las limosnas que le dan, sin someterse para eso á la total dependencia del Superior, ya sea porla mala costum- bre introducida, ya por permitírselo la regla. De modo que en este punto no sólo hay que atenderá la austeridad, sino también á la dependencia del prelado,.

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