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146 Y si los edificios monásticos, si los conventos en su parte material no se derrumban también y continúan de pie todavía sin el muro de la pobreza, entonces ofrecen el triste espectáculo de la soledad, la escena de cuatro religiosas que se pierden en los largos claus- tros donde antes moraron cuarenta; ó el espectáculo más triste aún de una mascarada, la vista desconsola- dora de personas religiosas por de fuera, y mundanas por dentro; vestidas en el cuerpo con un hábito san- to, y desnudas en el alma de las virtudes y de la san- tidad. Y esas casas religiosas casi no tienen ya de religiosas mas que el nombre; y sus moradores ó mo- radoras tampoco tienen de religiosos más que el hábi- to y la regla; por eso las vocaciones huyen de esos conventos alejadas por la mano de Dios, y están á punto de perecer como árbol agostado, sin flores, sin frutos, y sin retoños que sobrevivan al viejo tronco: digno castigo de quien derribó ó dejó derribar el mu- ro dela pobreza santa y desoyó ú despreció este con- sejo de Jesucristo. « No queráis atesorar riquezas para vosotros en la tierra... Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás lo recibiréis por añadidura. » La pobreza, por último, es muralla que defiende á la religión en general, á la comunidad en particu- lar y al religioso individualmente considerado; ella es sostén y defensa de la vida religiosa, del espíritu religioso y de las virtudes religiosas, tanto en parti- cular como en común. Sin ella se arriesga la estabi- lidad de la religión, porque entrará la relajación y tras ésta la decadencia y la ruina. Con ella fácilmen- te será el religioso humilde, casto, obediente, morti- ficado, caritativo, fiel á su vocación, cumplidor de sus deberes: y las comunidades compuestas de tales religiosos prosperan siempre, y ofrecen al mundo el grato 'ospectáculo de la piedad, de la mortificación, religiosidad y edificación. De lo dicho se desprende una consecuencia prácti-

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