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mirarla como grado de esa virtud, por los cuales hemos de ir subiendo á la perfección de la santa pobreza. El religioso que así lo hace y llega al últi- mo grado es complet: amente feliz en el claustro, por- que no tiene apego á nada, y está pronto á despojarse de todo. Si le niegan una cosa, no se ofende, antes bien, goza en carecer de ella; si se la dan, la recibe con gratitud, como A or recibe una limosna; y las cosas de su uso y las de los demás las mira como propied: ad de Dios y cosas consagradas á su servicio y al de sus siervos. ¡Oh qué felicidad, si la pobreza de practicara siempre de este modo! Y aquí es de advertir que te voy hablando sola- mente de la virtud y no del voto de pobreza, que aun dejando aparte el yoto, esa virtud es obligatoria para el religioso y puede pecar contra ella, sin que- brantar aquél. La monja que se arrepintiera de haber renunciado sus bienes por el voto de pobreza, y abrigara en su corazón deseos de poseerlos otra vez, no quebrantaría materialmente su voto, pero pecaría contra la virtud de la pobreza. El religioso que tenga á su uso cosas supérfluas ó no supérfluas, con dependencia del Superior, y tenga el corazón apegado á ellas, de modo que se resentiría, si se las quitaran; ése, sin quebrantar el yoto, será prevar ica- dor de la pobreza. Lo mismo digo del que se queja porque el Superior no le dió - que pedía, ó se lo dió de menos valoró ya usado. En esto, y algún otro caso que se pudiera poner, aunque el religioso no infrinja su voto, pecará contra la virtud de la po- breza y minará por sus cimientos el edificio de la religión. No en vano llama nuestro padre San Francisco á la pobreza fundamento de la Religión, porque ella es la base sobre la cual se levanta airoso el edificio de la perfección adornado por la obediéncia, la castidad, la mortificación, la humildad y todas las demás vir- tudes del estado religios. Y no es sólo su fundamento,

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