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142 en las palabras con que díi*principio á ésta: «No queráis atesorar riquezas para vosotros en la tierra;» donde se ve claro que el Salvador va directamente al corazón, prohibiéndole la afición desordenada y el apego á las cosas materiales. No queráis atesorar: y para no quererlo hay que estar siempre en acecho, reprimiendo los deseos del corazón. La codicia es una pasión que no muere, sino con el hombre, y hay que vigilarla siempre, so pena de que nos haga tral- ción y nos domine. ¡Ojalá que los religiosos no olyi- daran nunca esta verdad tan probada por la expe- riencia! Ni la profesión de nuestro estado, ni el voto de pobreza que hacemos da muerte á esa pasión: siempre está viva, aunque alguna vez parezca muer- ta; y cuando trata de salirse con la suya, se levanta y es fecundísima en pretextos y sutilezas para legi- timar la afición y el apego del religioso á bagatelas y niñerías. ¡Ay del que se deja seducir-de ella! porque aquí lo verdaderamente malo es la afición y el apego á las cosas, aunque ellas sean pequeñas y viles, y cuanto más lo sean tanto peor, porque con eso tiene la pasión abierta la puerta para aficionarnos á otras cosas; y esto es precisamente lo prohibido por Cristo en las citadas palabras: ¡ No queráas ateso- rar! Resulta, pues, que la pobreza evangélica nos estimula á renunciar prácticamente los bienes tem- porales, no disponiendo de nada independientemente de la Obediencia; nos incita á contentarnos con lo necesario, apartando no sólo el afecto dosordenado, sino también el exceso 6 superfluidad de las cosas; nos persuade á escoger lo inferior de casa para nues- tro uso en el vestido, habitación y comida; nos mueve á desear carecer algunas veces de lo necesario para padecer un poco por Dios; y por último nos lleva á regocijarnos y alegrarnos cuando nos falta alguna cosa y sentimos los efectos de la. pobreza profesada. Cada una de estas cinco cosas debemos

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