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139 Y ¿quién podrá aquí contar los bienes que lleva consigo la despreciada pobreza? Ella no conoce la inquietud ni el temor, la sospecha ni los cuidados, que son propios de las riquezas engañadoras. El rico siempre está temiendo un contratiempo ó un revés de fortuna; la negra sospecha y los cuidados roedores le cercan por doquier; la inquietud turba su sueño y no le deja reposar en parte alguna; mas el pobre reposa tranquilo y duerme sosegado y descansa se- guro sin inquietudes ni miedo, porque como nada tiene que perder, nada teme. Grande alabanza de la pobreza evangélica es tam- bién ser ella la virtud que da muerte al conjunto de vicios que llamó S. Juan concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Esa concupiscencia es el mayor obstáculo que hallan los hombres para ser virtuosos; y vencerlo es el primer paso que se da en la vida religiosa, cortando de raíz esa mala codicia que brota en el corazón humano, como la yerba en el campo. Ese es el primer enemigo que se ha de com- batir y vencer, si queremos tener libre el camino para encumbrarnos á los altos montes de la perfección Cristiana, cuyos purísimos aires y perfumado am- biente no se respira en los infectos valles de la abun- dancia mundana. Esta abundancia de los bienes te- rrenos da fuerza y ayuda á todos los demás enemigos del alma para que le hagan guerra y la aparten de su último fin; y la pobreza es la llamada á destruir esa alianza y quitar esa ayuda á nuestro enemigo para que en toda la línea quede triunfante la virtud. ¿Hay acaso virtud alguna 4que la pobreza no sea favora- ble? ¿Y hay algún vicio para el cual no sea poderoso instrumento las riquezas? No en vano dijo Cristo en su Evangelio: ¡Dichosos los pobres! y ¡ay de los ricos! Líbranos, pues, la pobreza santa de muchos peli- gros y tentaciones; nos pone en ocasión de sufrir y de practicar virtudes heróicas; nos asemeja á Jesu-
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