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AAA E 138 porque nada le falta, y nada le falta, porque está satisfecho con lo que tiene, y no desea tener más. Estas verdades las alcanzaron con la luz de la ra- zón los filósofos paganos, y de ello nos da buena prueba el extravagante Diógenes, uno de los más conspícuos varones de la escuela cínica. Esta escuela fué fundada por Antístenes, discípulo de Sócrates, y profesaba como máxima fundamental el desprecio de las riquezas y de todo lo que no fuera sabiduría. Diógenes se alistó en ella, se vistió pobremente, se de- jó crecer la barba, las uñas y el cabello, reunió unos cuantos pergaminos manuscritos, escogió por mora- da un tonel y en él se dió de lleno á la vida filosófica. Allí lesorprendió un día Alejandro Magno, y viendo la éstrechura en que vivía, le dijo: Muchas cosas te hacen falta, yo te las mandaré. Á lo cual respondió él con su acostumbrado cinismo: Te engañas, Empe- rador; más cosas te faltan á ti que á mí, porque soy más rico y feliz que tú; que la verdadera riqueza no está en tener mucho, sino en tener uno lo que quiere; y la felicidad no consiste en poseer uno muchas cosas, sino en no desear ninguna. Yo nada deseo y tú sí; yo nada quiero y tú estás siempre codiciando; y así más rico y feliz soy yo que tú. Otra de las grandes alabanzas que se pueden hacer de la pobreza evangélica es ser ella moneda de valor suficiente para comprar el reino de los Cielos. Gran- de sería el precio de una joya con la cual se pudiera adquirir el territorio de una provincia; grandísimo sería el valor del diamante con el cual pudiera com- prarse un reino; é inestimable sería el precio de aquel tesoro que bastara para darse en cambio de to- dos los estados de Europa. Pues ¿cuál será el valor de la pobreza cristiana que basta para adquirir no una provincia ni un reino temporal, sino el reino de los Cielos? Verdaderamente que esta es la preciosa margarita, cuyo hallazgo enriquece al alma de bie- nes celestiales.

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