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137 ta felicidad la posee como nadie el pobre voluntario. El tiene cuanto quiere, porque se conforma y Ccon- tenta con lo que tiene, sin desear más; y como no ha- biendo deseos que satisfacer, el hombre descansa sa- tisfecho y feliz, síguese por conseguencia forzosa, que la pobreza voluntaria da la felicidad al hombre en esta yida. Fácil es que en estos tiempos de necesidades ficti- cias y sibaritismo real no sea entendida ni atendida esta sublime filosofía del evangelio; pero no por eso dejará de ser una verdad patente, á todo el que no sea ciego voluntario, que la verdadera felicidad del hombre en esta vida no consiste en poseer mucho, sino en desear poco, ó en no desear nada; así como la infelicidad no está precisamente en ser uno pobre, ni en carecer de algo, sino en la sed devoradora y en la ambición insaciable que tiene el hombre, y no quiere arrancar de su corazón. Bien lo entendió el que dijo: Si á ser pobre me acomodo, Tendré riqueza sobrada; Pues cuando no quiera nada, Entonces me sobra todo. ¿Y quién será más dichoso? ¿aquel á quien todo le sobra, ó aquel á quien todo le falta? ¿Quién será más feliz? ¿El que nada desea, ó el que está continuamen- te deseando? ¿El que nada quiere, ó el que está herido por el aguijón de la avaricia? ¿El que está satisfecho, ó el que está atormentado por una sed deyoradora? Claro es que tan dichoso es el primero, como desdi- chado el segundo; que la causa de esa desdicha es la codicia y los deseos no reprimidos de nuestro avaro corazón; y como la pobreza voluntaria reprime esos deseos y ese afán inútil del corazón humano, síguese que ella trae la dicha al hombre que la practica; y por eso el pobre de espíritu es feliz, porque nada de- sea; y no desea, porque lo tiene todo; y lo tiene todo,

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