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136 Ñ porque «el que todo no lo renuncia, no puede ser mi discípulo.» (Luc. 14). En idéntico lenguaje se expresó siempre Jesucris- to,al hablar de la pobreza; y como si le pareciera poco ensalzar esta virtud con alabanzas y sólo de pa- labra, la ensalzó con las obras, haciéndola su dama de honor y su compañera inseparable, mientras vivió sobre la tierra. De todas las virtudes fué modelo, y de todas ellas nos dejó sublimes ejemplos Cristo nuestro Señor; pero dela pobreza nos dió un ejemplo que duró toda.su vida, empezando por las pajas del Pesebre y acabando por el leño de la Cruz. Pobre fué su nacimiento, pobre su niñez, pobre su juventud, pobre su mocedad, pobre su vida entera, hasta el ex- tremo de poder decir con verdad que las zorras tie- nen sus cuevas y las aves tienen sus nidos, y El ni siquiera un mísero rincón donde reclinar su .cabeza. Pobre se crió, con los pobres fué su trato, pobres fueron sus discípulos, á los pobres amó siempre con predilección, y la pobreza le acompañó desde el Por- tal hasta el Calvario, donde murió desnudo entre los brazos dela santa pobreza. Después.de esto ya no es deextrañar que empezara su predicación, haciendo elogios de la pobreza, pro- metiendo á los pobres voluntarios el reino de los cielos, y llamándolos felices y bienaventurados. Sí, bienaventurados! y sabes por qué, Margarita? Por- que en la pobreza voluntaria hay encerrados grandes bienes; pues así como la codicia es raiz de todos los males, según afirma el Apóstol, así también la po- breza es madre de todas las virtudes, en frases de S. Ambrosio: Radix omnium malorum cupiditas; nu- tri omnium virtutum paupertas. No es pequeña ala- banza de la pobreza voluntaria esta que aquí vamos diciendo, puesto que ella hace al hombre feliz aun en esta vida, de la manera que aquí podemos serlo. Sólo puede llamarse feliz en este mundo el que tiene todo lo que quiere, con tal que no quiera nada malo; y es-

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