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121 ciona y envilece. El voto de pobreza acaba con el amor de las cosas terrenas; el de castidad con el amor pegajoso é interesado de carne y sangre; y éste de la obediencia con el amor egoísta, que es el peor y el más estéril de cuantos se conocen. La pobreza vo- luntaria da muerte á la codicia y deseos de riquezas; la castidad á la concupiscencia y placeres de la carne, y la obediencia al desorden de nuestra veleidosa voluntad. Con la pobreza sacrificamos á Dios los bie- nes de este mundo, con la castidad los bienes del cuerpo, y con la obediencia los bienes del alma, ofre- ciendo así un perfecto holocausto en aras del amor divino. Y por eso te decía antes que las virtudes ob- jeto de nuestros votos, son necesarias á la perfección del amor divino, de la santidad verdadera. Y ya que te hablo de las virtudes, objeto de nues- tros votos, quiero decirte una cosa en que muchos no reparan, y es la diferencia que hay entre el voto y la virtud. La confusión en este punto, hace que reli- giosas ignorantes discurran de esta manera tan desacertada: Hice voto de pobreza, luego soy pobre. Hice yoto de obediencia, luego soy obediente... ¡Ne- cedad se llama esta figura! ¡Ah! si para ser obediente bastara hacer voto de obediencia, ¡cuántos obedientes habría! Si para conseguir una virtud fuera suficiente hacer yoto de ella, ahora mismo hacía yo voto de ser más santo que mi P. S, Francisco, y mañana me tenías en el mundo arrastrando á las muchedumbres con fama de milagrero y desanto; ¡pero no! el voto de pobreza, el voto de castidad y el voto de obediencia, no es la virtud de la pobreza, ni la virtud de la cas- tidad, nila virtud de la obediencia, sino cosa muy distinta, tan distinta, que se puede pecar contra la virtud sin quebrantar el voto, porque una cosa es, v. gr., faltar á la obediencia y otra muy diversa infringir el voto de obediencia. Faltar al voto de obediencia. esto es, quebrantarlo, será siempre peca- do mortal; y faltar á la simple virtud de la obedien-

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