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12 ra llegar á la perfección deseada. La fragilidad del hombre es muy grande en este punto, su miseria es indecible, y los afectos de su alma se van hacia las criaturas, defraudando al Criador del.amor que le debe, tanto que en frase del Apóstol la persona casa- da tiene dividido el corazón; dividido entre Dios y la familia, entre el cuidado de los bienes temporales y el cuidado de su santificación; y como tieneque aten- der á Dios y al mundo, á sí y á los suyos, claro está que mientras más se dedique á los otros, menos le que- dará para sí; y que cuanto más tenga que atender á las cosas de esta vida, menos tiempo tendrá para atender á las de la otra. Pues este grande obstáculo, doble más fuerte que el anterior, lo remueve el religioso por el yoto de castidad; así tiene expedita la vía, y puede con más facilidad llegar á la cumbre de la perfección. Otro de los grandes obstáculos que hallamos en es- te camino es la volubilidad de nuestra voluntad, que ya quiere, ya no quiere, $ llevada de su propia in- constancia hoy tiene por amargo lo que ayer le pare- ció dulce, y mañana tendrá por árduo y dificultoso lo que después creerá fácil y hacedero. Este obstáculo queda superado por el yoto de la obediencia que nos pone en la dichosa necesidad de no dejar ya el cami- no comenzado. Sin este voto bien cumplido, ó sin la virtud de la obediencia bien practicada, sería poco menos que imposible elevarnos á la región de la sán- tidad; porque las condicionesimpuestas por Jesucris- to para conseguirla, todas predican sumisión, rendi- miento, sujeción y obediencia: «Niéguese á sí mis- mo, tome la Cruz y sígame.» Estas son las condicio- nes que impone el Hombre-Dios al que quiera ser su discípulo, al que quiera elevarse á las alturas de la perfección cristiana. Y observa de paso, querida Margarita, que con esta obediencia arrancamos de nuestro corazón el más nocivo de los amores y el más opuesto al amor de Dios, el egoísmo, el amor propio que todo lo infi-

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