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117 la flor, y con ella el fruto, quedando solamente con algunas hojas y éstas de color pajizo y amarillo, poco se puede esperar y mucho se puede temer. Ese árbol tiene la raíz dañada, ó la savia corrompida y ambas cosas son harto fatales. Otro tanto puede decirse del religioso descuidado que va perdiendo poco á poco las flores de las vir- tudes y los frutos de la santidad. Por eso para pre- venir ese daño debíamos grabar en nuestros cora- zones aquella sentencia de Jesucristo: El que es justo que se justifique más, El religioso que sea perfecto, que se perfeccione más, y el que sea buen religioso, que se haga mejor cada día, practicando con más ardor é intensidad su virtud propia que es la Religión; y de este modo se hará más perfecto y más santo, porque la religión, la santidad y la perfección tienen tan íntimas relaciones entre sí, que sin dejar de ser cada una lo que es, todas tres son sustancialmente una misma cosa, puesto que las tres se identifican con el amor de Dios bien enten- dido. Este amor debe informar todas nuestras obras y todos los actos de nuestra vida. El ha de hallarse en la humildad, y en la obediencia, y en el padecer, y en la pobreza, y en la castidad, y en la paciencia, y en todas las virtudes, porque sin él ninguna vale nada. Ama, pues, á Dios en todo y por todo, y píde- le la misma dicha pará tu afectísimo Padre, Fr. A.

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