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sin embargo, yo pienso demostrarte en ésta que la santidad, la perfección y la bondad religiosa no son tres cosas diversas, sino una misma cosa, mirada des- de tres puntos de vista diferentes; y por consiguiente, que para ser santo, basta ser buen religioso, y ser buen religioso es ser perfecto, con la perfección que podemos tener aquí, la cual será siempre incompleta. El lenguaje que muchos emplean al hablar de la santidad, indica que no han meditado bien el asunto, ni tienen ideas claras y concretas acerca de la santi- dad. «Yo quiero ser santo,» dice con frecuencia el religioso de buen temple. «Yo he venido á santificar- me» exclaman á cada paso los novicios cuando entran en religión. «Yo deseo llegar á la cumbre de la santi- dad» dice muchas veces la monja fervorosa; mientras que, por el contrario, el religioso tibio y la monja disipada contestan á esos arranques de fervor con estas expresiones más frías que el granizo; «¡Qué locura! ¡qué yvanidad! ¡qué arrogancia! ¡qué impru- dencia! ¡ahí es nada! pretender ser santo! ¡Yo me contento con menos: aspirar á ser santo es poner la mira muy alto para lo que yo pue do: me basta con ser bueno!» Y lo peor es que quien habla así, se que- da tan fresco, pensando que habla y obra con pru- dencia. Pues á uno y á otro, al religioso que quiere ser santo, y al que se contente con no serlo, se le podía preguntar: ya que deseas ser santo, ¿sabes á punto fijo en que consiste la santidad? Y tu, que te conten- tas con ser bueno, sin querer ser santo, ¿sabes sl es posible conseguir lo que deseas? ¿sabes siel no aspirar á ser santo es renunciar para siempre á ser buen religioso? ¿Crees que para ser santo se necesita algo más que ser un buen religioso? ¿Piensas acaso que. la religión y la santidad son cosas tan diversas como un libro y un melón? ¡Pues te equivocas! La fe y la razón enseñan lo contrario, y puede demostrarse con la autoridad y doctrina del Angélico Doctor.

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