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108 ción, no son la perfección misma: esto es tan claro, que no necesitamos insistir más. Lo que hay de ver- dad es que esas prácticas, consideradas de un modo son perfección, y consideradas de otro no; y aún en el caso en que las consideramos como perfece ión, lo son de un modo secundario, porque tienden á otro fin más alto, á otro objeto más noble, á otra perfección principal: y así de tal manera son esas prácticas per- fección, que lo son secundariamente, porque en rea- lidad son medios para adquirir la perfección verda- dera. Y sino, hagamos la prueba. Perfecto es aquel sér al cual nada le falta ni le so- bra. Dadme, pues, el religioso más observante de su regla, más cumplidor de sus votos y más ejercitado en virtudes que exista sobre la tierra, y decidme: ¿A ese tal no le falta nada ni le sobra nada? ¡Ah, sí! Le sobran resabios, le sobran peligros y otras mil co- sas; y en cambio, por santo que sea, le falta infinito que subir en la práctica de las virtudes para aseme- jarse al modelo de perfección que nos dió Jesucristo cuando dijo: «Sed perfectos, como lo es vuestro Pa- dre celestial.» Dé lo cual resulta claro, que la perfec- ción religiosa no consiste realmente en las prácticas de religión. Pues entonces, ¿en qué consiste? Si se trata de la perfección absoluta y completa, no la busquemos en este mundo; si se trata de la perfec- ción relativa y comenzada, busquémosla, que aquí está. Si perfección es lo que da complemento al ser, la última perfección será la que leo dí al culiyivsu el uíl- timo complemento, y en este caso se nada le faltará ni le sobrará. Pero ¿dónde está ese último comple- mento? ¿Cuál es? Pues muy sencillo: La posésión completa de Dios. Cuando el religioso posea á Dios completamente, tendrá su último complemento, y entonces nada le faltará ni le sobrará. Bien sé que esto no se alcanza en la vida presente, y por eso de- cía que era inútil buscar aquí la perfección absoluta
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