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86 bién nosotros ofrenda y oferente, víctima y sacerdo- te, porque ofrecíamos á Dios un sacrificio agradable á sus ojos, y ese sacrificio no era otra cosa que nues- tro mismo sér todo entero, el cual consagramos pa- ra siempre á su servicio. En el sacrificio del Gólgota, ofrecióse el Salvador espontánea, graciosa y volun- tariamente; y nosotros ofrecimos también nuestros votos libre, graciosa y espontáneamente, y de tan buena voluntad, que pudimos muy bien decir con el Profeta: Voluntarie sacrificabo Tibt. De buena volun- tad te ofrecí, Señor, entonces aquel sacrificio, y con voluntad más buena todavía la renuevo ahora, con- sagrándome para siempre á Ti. El alma religiosa que ha gustado una vez siquiera las delicias del padecer por Cristo; las que han senti- do la sublimidad, la dulzura y regaladísima suavidad de ese amor que embriaga con sabrosas penas, ésas ya no pueden vivir sin copiar en sí mismas la pasión del Redentor; no pueden reposar hasta transformar- se en El; no aspiran, ni quieren, ni pueden querer Otra cosa más que á Cristo, y éste crucificado, como dice el Apóstol. Su sed de padecer nada la aplaca, y con hambre sin hartura, y con deseo insaciable, p1- den más penas y llevan el atrevido pensamiento 4 querer transformarse por amor é imitación de pade- ceres en Cristo crucificado. En El quisieron trans- formarse y á El solo quisieron imitar los héroes cris- tianos que tomaron su cruz y fueron atentamente po- niendo el pie en donde vieron el rastro sangriento y la huella gloriosa de sus pisadas. A El solo quisieron: seguir los mártires esforzados que con invencible constancia dieron su cuerpo á los tormentos y. su Ca- beza á la espada del vérdugo. A El solo quisieron seguir aquellos penitentes padres del yermo, que transformaron los áridos desiertos en jardines de san- tidad. A El solo quisieron seguir aquellas vírgenes puras, milagros de fortaleza y de candor, que, pues- tas á sus pies las terrenas coneupiscencias, le toma- K

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