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86 UN ALMA FEA y el jardin se fué cubriendo de abrojos y malezas, en- tre las cuales se ocultaban asquerosas sabandijas y rep- tiles ponzoñosos. Apenas quedaba allí señal de lo que fué aquel verjel florido y el jardinero seguía aletargado. Una vívora que salió de entre las zarzas, saltó sobre su pecho y mordió; pero sus dientes quedaron entallados en un objeto flexible, que había sobre el pecho del des- graciado. En esto oyó Flora una voz que le decía: el jardín estu alma y túsu punible dueño. La voz fué tan tremenda que Flora saltó de la cama despavorida; se lleva la mano al pecho donde sentía un dolor agudo, como la picada de una avispa y halló el escapulario de la Inmaculada, á cuya congregación ha- bía pertenecido. Lo apretó entre sus manos, lo llevó á sus trémulos labios, y se acordó otra vez de los bellos días en que era pura y se adornaba con el manto de la inocencia. La tristeza nubló su semblante, y dejó esca- par de su pecho un sollozo entrecortado, bronco y seco como un trueno sin lluvia. Por fin exclamó: No, ¡yo no soy digna de llevar este escapulario! ¡yo no puedo ser hija de María! ¡yo no puedo recobrar el tesoro que per- díl ¿Habrá para mí perdón? y al decirlo, sentía oscilar en su pecho el furioso oleaje de la desesperación; deses- peración que poco á poco se fué cambiando en un pesar sombriamente tranquilo; pero amargo y profundo como las olas del mar, cuando ha pasado sobre tam alterada superficie la furia de una borrasca. ¿Habrá para mí esperanza de salvación? volvió á de- cir la infortunada y cayó de rodillas á la cabecera de su cama, donde la dejaremos para ser testigos de su arre- pentimiento y enmienda.

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