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68 LA ENAMORADA dentro de mi pecho?¡A y, amor mío y dulce Esposo de mi alma! ¡Cuán gratas són las noches que paso en tu di- vina presencia! ¡Cuán breve parecerán las horas de la eternidad dichosa á los que contemplan tu amor y tu hermosura! «Y por el contrario, ¿cuán amargos y tristes son pa- ra mi alma los días que vivo alejada de tu presencia di- vina! ¡Cuán horrible debe de ser el infierno, donde nadie pueda amarte! Ay amor, amor, dulce amor mío! ¿Quién puede vivir lejos de tf? Ah! Escucha por piedad las sú- plicas de tu sierva: muera yo delante de tu tabernáculo deshecha en lágrimas, ó acábese mi vida ardiendo de amor, después de haberte recibido sacramentado!» Y las horas corrían presurosas, y la noche adelan- taba en su carrera, y la luz del alba hallaba á la Enamo- rada del Sacramento delante de los altares, adorando al objeto de su amor, al blanco de todos los suspiros que brotaban de su pecho. Y así pasaron los días, las sema- nas y los meses, hasta que el Dios de las misericordias. que se complace en llevar á las almas santas por « mino de la amargura hasta la cima del Calvario, envió 2] ca- á su sierva una prueba terrible, que le sirvió de purga- torio en vida. Sobrevínole cierta dolencia que le produjo una gran debilidad de estómago, y el médico del convento la su- jetó á un régimen medicinal que la privó de comulgar por muchos días. Resignada con la voluntad divina, se le oía decir muchas veces: «Con tal que pueda suspirar á los pies de mi Amado, su amor endulzará mis penas y será el bálsamo de mis males. El conoce mis ansias, El sabe lo que sufro, El ve lo que padezco, y esto le basta á mi corazón.
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