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EN CORDERO 63 Tú estás muy palida; tá padeces alguna enferme- dad. -Enfermedad, no señor; un padecimiento ligero. —Hace días que te estoy observando y me tienes y con cuidado. Tú no respiras desahogadamente y voy Áá llamar al médico. —Es inútil; ese médico ni conoce mi enfermedad ni podrá curarla. —Buscaremos otro, aunque cueste un dineral. -¡¡¡A y!!! ¿para qué hacer gasto inútilmente? —Créeme, Rosa; quiero verte con salud, quiero ha- cer por tí cuanto yo pueda. Rosa tomó la mano desu padre para besarla, en- tretanto que le decía sonriendo: Tengo en casa el mé- dico y el remedio; ¿para qué buscarlo fuera? ¡Ay, Rosita! murmuró Cecilio completamente afectado; no me digas eso, que me parte el corazón. Ya sé que soy la causa de tus males, que te he dado mala vida, que no merezco llamarte tu padre; pero yo..... —;¡Por Dios, padre, por Dios! no quise decir eso; qui- se decir, que V. sería mi médico y ya lo ha sido; por- que esas lágrimas que llora me han devuelto la salud. —Pero, hija mía, ¿y esa amarillez de tu cara? —Es de los ayunos; y comiendo se quitará. —¿Y por qué ayunas en este tiempo? — A yunaba..... en satisfacción de los pecados de..... de mi padre, y pidiéndole á Dios la conversión de V. Cecilio se arrojó al cuello de su hija, y ambos se con- fundieron en estrecho abrazo. Rosa depositaba sus lá- grimas enel pecho de su padre, y éste sollozaba amar- gamente:—¡Hija de mi almal ¡hija digna de mejor pa-
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