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EN CORDERO 61 eres un verd go. ¡Tirano! La vas á matar y vas á morir solo, comido de miseria! Estas palabras hirieron el corazón de Cecilio, que aquella noche despertó lleno de remordimientos, y di- ciéndose á sí mismo: ¡Santa! ¡Judío! Ella mártir; yo ver- dugo! Así era en efecto; Rosa estaba muy adelantada en el camino de la virtud, y su padre en el de la maldad. De éste tenemos pruebas; y por aquélla hablan los he- chos. Todos los días oraba Rosita por la conversión de Cecilio; pero viendo que sus oraciones no eran despa- chadas en el cielo, determinó enviar con ellas la morti- ficación suplicante, á ver si entre las dos conseguían lo que una sola no alcanzaba. Con el consentimiento de su director, empezó un riguroso ayuno, ciñó á la cintura un áspero ciligio y se ofreció á Dios en sacrificio expiatorio por la salvación de su padre. Quince días de penitencia llevaba la inocente vícti- ma, cuando tocó á su término la octava del Corpus. La falta de alimentos, unida á sus pesares, había dado á su semblante un tinte pálido como la pena; el silicio le ha- cía la respiración un poco fatigosa, y daba á su rostro la dignidad del dolor voluntariamente aceptado. Al día siguiente, fiesta del Dulcísimo Corazón de Jesús, Rosita comulgó con extraordinario fervor. Tuvo el presentimiento de que su oración había sido oída, y se volvió á su casa llena de esperanzas que se aumenta- ron al encontrar á su padre meditabundo y algo comu- nicativo con ella. Cecilio sentía por primera vez en su vida la eficacia

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