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LOS DOS EXTREMOS DD de los cu í con 1ÓS » de matar á su hi sin ba de irála iglesia. Este propósito se lo sugería disimuladamente un tal Pericote. que prete ndía ser su yerno, y había sido recha- zado tres veces por Rosa, que solo deseaba consagrarse 4 Dios. La última repulsa acababa de sufrirla el Domin- go de Resurrección, y quiso tomar venganza de su pre- tendido agra 10, con innoble corazón Dirigióse al tabernoso « asino, donde estaba ya bo- rracho Cecilio, el padre de Rosa: en el interior resona- g ban los acordes de una vieja guitarra, acompañados del me suelen los andaluces mezclar en clásico palmoteo q sus cantos. Cuando llegó Pericote, una voz aguardentosa soltaba al aire esta copleja: Pú pintó nació Murillo, Pá arcarde mi tio León, Pá toreá Lagar tijo; Pá cantá el fandango yo. — ¡Jolé; ¡jjolél eritó la concurrencia; mientras Cecilio empinándose un vaso decía: y pá bebé vino yo. Y pá monja tu hija, le dijo al oido Pericote con la intención más dañada. ---Primero la jaré peazos, -Que le has de hacer tú si ella te engaña. Tú aquí, y ella en la Iglesia, hablando con los curas, que te lavan á guitá pá meterla en un convento. — ¿Cómo? exclamó Cecilio lleno de rabia, y se le- vantó tambaleándose, con el sombrero echado atrás, y la faia medio arrastrando:; Rosilla en la Iglesia? ¡la ma- toj... y salió andando en dirección á su casa, haciendo

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