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ot a DOS DOS EXTREMOS Allí se empapaba mi hombre en la lectura de pape- luchos impíos, y poco á poco perdió el temor de Dios, cobró aborrecimiento á la religión, descuidó las obliga- legó á tener marcada aver- ciones de su casa, y hasta l g sión á su única hija, que había sido antes el idolo de su corazón. La causa de tan extraña anomalía se comprenderá mejor, teniendo en cuenta un episodio de la vida de Rosa. Esta, criada sin madre, había seguido en un princi- pio todos sus antojos y caprichos; se presentaba en to- das partes lujosamente ataviada; era la que daba la mo- da en el pueblo, y por esto aplaudida de unos y envidia- da de otros. Entonces era el ídolo de su padre; pero lle- gó un día dichoso, eu que la gracia iluminó su entendi- miento, conoció las vanidades del mundo, se entregó á la «práctica de las virtudes, y cambió sus profanos ata- víos por el hábito y cordón de N. P. San Francisco. En- tonces Rosita se convirtió en objeto de aversión para su desventurado padre. Cuando llegaba á casa y la encontraba rezando, la maltrataba, la llenaba de improperios y le decía mil in- jurias que ella sufría con invicta paciencia. Á veces cuando el padre desahogaba su frenética rabia, iba ella á buscarle, se arrodillaba 4 $us piés, le pedía perdón, le besaba la mano y prometía quererlo más cada día, por- que así se lo había mandado su difunta. madre. Más de una vez se ablandó aquél corazón de padre y dejó aso- mar algunas lágrimas, dando con estoá la pobre hija es- peranzasde conversión; pero ¡quiá! al día siguiente volvía al casino, tomaba el periódico impío, ú ofa hablar mal . IDARDA RIRS RARA MR E
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