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LOS DOS EXTREMOS 53 16 á leer aquellas páginas que habían creado en su cora- 26n los sentimientos más cristianos, nobles y piadosos. EL OTRO EXTREMO l carro se puso en m ircha, una joven muy llos contornos por su mudanza de vi- Apenas e conocida en ac da, apareció por el camino opuesto, acompañada de una niña, ahijada suya. La joven vestía el hábito de San Francisco y venía envuelta en el clásico mantón con que se cubren las mujeres del pueblo cuando van á la iglesia. Aunque la fatiga del camino había sonrosado sus mejillas, todavia se descubria en su rostro cierta pali- dez, que indicaba sus padecimientos interiores. Sus ojos, rodeados de un círculo amoratado y humedecido por recientes lágrimas, ponían de manifiesto que no eran males físicos los que padecía, sino morales. ¿Quién era la joven y de dónde venía? Era Rosa, la hija única de un rico labrador del vecino pueblo. “Tuvo la desgracia de perder á su madre, siendo todavía niña, y se encontró la pobrecita sola en el mun- do, sin más amparo ni más cariño que el de un padre bastante descuidado. Este, que á pesar de su descuido, siempre nabía si- do un hombre honrado, se echó 4 perder completamen- ta desde que comenzó á frecuentar tn casino, taberna ó club, que se había formado en el pueblo por obra y gracia de la gloriosa revolución setembrina.

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