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LA INGRATA 49 los humildes. Mira no ensalce á tu hermanita y te hu- mille á tí.» Aurora se mordió los labios de rabia, y salió de la celda de Sor Guad dupe con resolución de no volver más á ella; pero la buena religiosa la perseguía por todas partes; y al pasar por su lado la decía con amor de ma- dre: «Dios resiste á los soberbios y dásu gracia á los bumildes. Cansada Aurora de oir una sentencia que tanto he- ría su amor propio, se volvió un día contra la buena hermana y la insultó. Sor Guadalupe creyó inevitable la perdición de la resuelta niña, y con los ojos llenos de lágrimas siguió para su cuarto sin decir palabra. Aurora sintió que la gracia la impulsaba á pedir perdón de su falta, y casi fué Á ponerlo por obra; pero su aristocrático orgullo ahogó aquellos nobles impulsos que empezaron «dl brotar en su corazon. — No; se decía á sí misma la altiva Aurora, no: yo no me humillo á ella: y al decirlo, sentía en su corazón la amargura del remordimiento. Se acordó de Jesús, lavando los piés de Judas, y sin- tió vehementes impulsos de abrazar á su compañera y de pedir perdón á su maestra; pero despreció la gracia que la solicitaba, y oyó interiormente una voz que le decia ¡ingrata ingrata! Se acordó también de aquel no se ponga el sol super iracundiam vestram, y despreció este consejo del Após- tol como había despreciado el ejemplo de Jesús. El de- monio de la soberbia se había apoderado de aquel cora- zó6n, antes dócil, antes puro, profanando así el nido de

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