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36 LA AMANTE dor cercar aquel privilegiado suelo. El punto más alto aue desde allí la vista descubre es la sierra de Mariola, formada de puntas piramidales ó de agrupados promon- torios, que semejan apiñados nubarrones en días de tem- pestad. y Por las vertientes de las cordilleras que corren en distintas direcciones, bajan las aguas al llanó, llevando la fertilidad en sus corrientes. En todas partes se ven árboles agrupados que parecen bosques, y lomas cu- biertas de verdura, cual sí fueran amenos verygeles. Lo inculto y lo cultivado se mezclan allí con esa belleza | campestre y ese delicioso desórden que sólo se puede o la naturaleza. La frondusa hi- admirar contenmplane guera crece al lado del pino silvestre, y el romero y el tomillo junto á la vid cargada de apretados racimos. Cuando yo miraba aquel paisaje, tenía á mis espal- das el sol poniente: el fondo del valle parecía alfombra- do con una finísima y azulada niebla que le daba los co- lóres de esmeralda que tienen las aguas del Oceano ín- + dico: de los blancos caseríos y de las parduscas chozas | de los pastores salían columnas de humo que, elevándo-+ se en caprichosas espirales, indicaba á las oraciones de los ficles el camino del Cielo; y al través de las monta- ñas corrían ligeras y graciosas nubecillas, que heridas ' por los últimos rayos dél sol daban al paisaje todo un aspecto encantador. Tal se presentó á mis ojos el valle de Albaida, envidiable por lo poético de su suelo, pero mucho más por la fe y religiosidad de sus habitantes. Los pueblos situados á corta distancia, semejan unas veces manadas de blancas ovejas, paciendo en las ver- tientes de los montes; otras, castillos rooes del tiempo di a

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