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32 LA VENGANZA había dado quince pasos por el oscuro tránsito, sintió miedo en el corazón; anduvo otros quince y vislumbró na claridad dudosa que salía al parecer de una puerte- cilla entreabierta. Dirigióse allá Muscarita, y se quedó inmóvil, al encontrarse con una imágen de la Madre de los Dolores, en ademán de quererse limpiar las lágrimas con un pañuelo. Aquel semblante tan triste y aquella cara tan dolorida fué una muda reprensión para el im- pío, que sintió vergiienza en el rostro, y temblor en to: do su cuerpo, porque le pareció que la devota imágen le decía: e¡Malvado, tú eres la causa de mi dolor! ¿Qué has hecho de mis hijas?» Apartó, confundido, la vista de aquélla imágen, y al dar media vuelta, tropezaron sus ojos con un fondo negro en el cual se destacaba una blanca calavera sostenida entre dos huesos, bajo los cua- les se leían estos versos: Mortal, mira v considera Con atención cual estoy: Lo que tú eres, yo era. .. ¡Pu serás loque yo soy! El temblor de Mascarita subió de punto, al leer la fatídica redondilla. coronada por aquella calavera, lú- gubre trofeo de la muerte; pensó que éste le iba á echar encima sus brazos descarnados, y huyó como un niño, sin saber por dónde. Al comenzár su carrera dió con la frente en una esquina del claustro que había profanado, y cayó al suelo herido y helado de espanto. ¡Oh, cuán
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