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—= A As 57 A A A A 1 LA VENGANZA VOZ —es ya revelan un corazón inocente y sufrido, diseno de mjor suerte que la d> esta noche. Al 1 oir las monjas tales palabras en elogio d : su abadesa, los sollozos entrecortados y el llanto comprimi lo estallaron de nuevo. —¡Vamos, hijas mías! volvió á decir la Prelada, em- pujando suavemente hacia la puerta la anciana que te- nía al lado. La religiosa se puso de rodillas y, antes de salir, besó con dolor aquellos umbrales qua había prometido no volver á pisar más, ni viva ni muerta. Las demás imitaron su ejemplo, y tods tristes y llorosas se fueron acomodando en los coches. La última que salió fué la Abadesa, que con el corazón partido de pena entregó la llave del convento al soldado qne estaba más cerca, di- ciéndole: Tome V., y que se cumpla sobre esta casa la voluntad santa de Dios. ¡Oh, qué voz aquélla! Mis de veinte años que la of, y la recuerdo como si fuera ayer. El miliciano, joven de buen corazón, estaba enter- necido, y se le cayó la llave de las manos, mientras de- cía con voz azorada y en su lengua natal: Zeñora, yo no zirvo pá Ésto; lo que ze ha jecho con ustedrs: é una indignid. Mascarita, que se había desencajado los ojos, bus- cando á Elisa, preguntó á la Prelada. ¿Han salido todas? — Todas.

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