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¡ | pl ' h 'M 4 Ú A y q 4 AA TT A 25 LA VENGANZA ñ 1 1 ' 1...) nave A las doce de la noche la plizue lel convento es- tába llena de curiosos, y yo entre ellos. Se Oy 54 lo le- ios el sordo ruido de carruajes que venían llenos y es- coltados por voluntarios federales, más Ó menos borra- chos; eran los que habían de con lucir 4 las monjas á otro convento, porque así lo disponía la junta revolu- cionaria en nombre de la libertad, 'Ó mejor diré, porque así lo dispuso la ira y el despecho del h.:. Mascarita.:. Este miró su reloj que marcaba las doce y cinco minu- tos; y dando un puntapié descomunal á la puerta del convento, gritó: ¡Ciudadanas! como dentro de cinco minutos no esté abierta esta puerta, la derribaremos por fuerza. Un sollozo desgarrador acompañado de mil ayes las- timeros contestó al malvado Las religiosas esperaban juntas en el coro la hora de la partida, y postradas por última vez ante los altares, se despedían de aquellas imá- genes queridas. Adiós, nido de mis amores decía una —¿Cuánto más dulce me sería sufrir la muerte, que sa- lir de tu sagrado recinto?...—¡Ay Dios mío! —clamaba otra —¿Por qué nos persigue el mundo? ¿Por qué ha ju- rado sacarnos de aquí y derribar nuestro santuario, sin dejar en él piedra sobre piedra? ¿Qué le hemos hecho al mundo? ¿No oramos todos los días para que Dios derra- me sobre él sus bendiciones? ¿No se respetan ya en el mundo á las esposas castas? Pues esposas somos del Cor- dero, ¿por qué no se nos respeta á nosotras que á nadie hacemos mal? Y otra decía: ¡Adiós, soledad querida, que no volve- ré á pisar más! Adiós, celda solitaria, testigo de mi di- cha durante largos años: Adiós! Y tú, clau:

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