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LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO 369 ser vuestro verdugo? ¿A tanto llegó la maldad de la revolución? ¡Maldita revolución! ¡Maldita revolución!» Al llegar aquí, me sentí oprimido el corazón, y los ojos llenos de lágrimas. Quise consolar al triste, y no me fué posible, porque yo necesitaba de consuelo. Por varias preguntas que le hice, vine á conocer que aquel bronce que me hablaba, había sido una de las campanas de la iglesia de San Miguel de Sevilla; de aquella iglesia monumental, modelo el más acabado del arte mudéjar, mezcla” riquísima al par que severa del árabe y del ojival; de aquella iglesia magnífica que los vándalos del 68 derribaron para hacer más irregular de lo que era la antigua plaza del Duque; de aquella igle- sia, en fin, cuyo derribo lloró Sevilla, y cuyas ruinas arrancaron sentidas quejas y amargas censuras á la bien cortada pluma del eminente P. Gago. No te quejes, le respondí por fin, no te quejes ni llames 4 tus hermanas, porque ya no existen: corrieron todas la misma suerte que tú. Destruída fué tu torre, derribado tu templo, asolada tu ciudad, maravilla del arte. Pon atenta la vista en hermosos edificios, destro- zados, en grandiosas iglesias destruídas, y verás que Sólo quedan memorias funerales Donde erraron ya sombras de alto ejemplo; Este llano fué plaza, allí fué templo... De todos apenas quedan las señales. Tal ha sido la obra de la revolución malvada, de la república del asco. ¡Maldita revolución! ¡Maldita revolución! exclamaba el pobre para dar algún desahogo á su dolor.
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