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368 LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO y reventé. Maldijeron mi nombre; me arrojaron á un lado hasta que por fin he venido ayer á parar á esta es- quina, donde me han fijado en tierra. El viento me acaba de traer el sonido lejano de una campana; me acordé de mis hermanas, de lo que fuí en otro tiempo, y el llanto asomó á mis ojos. ¡Oh hermana, de mi alma! ¡qué días aquéllos! ¡qué fiestas aquéllas! Nosotras tocábamos á vuelo; las jóvenes vestidas de blanco, con su escapulario celeste, desfilaban entre cru- cas y estandartes: aparecía la Virgen á la puerta de la Iglesia; y la música entonaba la Marcha Real; y las Hi- jas de María daban vivas 4 su Madre; y los niños des- hojaban rosas delante de la Inmaculada; y el viento nos traía sus perfumes mezclados con las oraciones del pue- blo; y las oraciones subían al Cielo acompañadas de nuestro festivo clamoreo. ¡Oh felicidad perdida! ¡Oh maldita revolución que me la quitó! ¡Oh hermanas de mi alma! ¿qué es de vosotras, des- de que falto yo? ¿Sigue vacío mi puesto? ¿Tenéis otra compañera más afortunada que yo? Y el pobre Cura, aquel venerable anciano que tanto lloró al verme salir de su parroquia, ¿vive todavía? ¿Dónde están hoy los que yo dejé pequeñuelos? ¿Dónde los mocitos que al oir mi voz se quitaban el sombrero en medio de la calle para rezar la oración? ¿Fué alguno al servicio, y murió herido por la metralla que, bien á pesar mío, disparé en las barricadas? ¡Pobres hijos míos! ¿Y vinísteis á morir, víctimas del mismo bronce que festejó vuestro naci- miento? ¿Y no lloraron mis hermanas sobre vuestra sepultura? Y la ambición de los hombres ¿me obligó á
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