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366 LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO alrededor de las cornisas, y aquel era su punto de re- unión cuando se disponían á partir para el Africa. En muchas leguas á la redonda era yo conocida; y mi voz era tan venerada, que á un aviso mío se congre- gaban los fieles cada domingo en el templo santo y ora- ban al pie de los altares. Yo les anunciaba las fiestas, les marcaba la hora de la Oración y del descanso, les adormecía cada noche tocando suavemente cual si fue- ra una madre que arrulla á sus pequeñuelos; y cuando venía el alba los despertaba, advirtiéndoles que era llegada la hora del trabajo. Y no estaba yo sola, sino que éramos tres compa- ñeras, tres amigas, tres hermanas dichosas que compar- tíamos fraternalmente las alegrías y las penas; que reinábamos felices, festejadas por los pájaros, acaricia- das por la brisa, bendecidas por el pueblo y saludadas por el sol, cuando salía en Oriente, cuando bajaba al Ocaso. Una noche, ¡qué horror! una noche vimos correr por las calles de nuestra amada Sevilla frenéticas turbas que asaltaban los claustros de inocentes religiosas, sembran- do en ellos la desolación y el espanto. Al salir las espo- sas del Cordero del convento de Madre de Dios escolta- das por aquellos sayones, una parda lechuza, ave de mal agiiero, vino á posarse sobre mí como si quisiera anun- ciarme una desgracia. Aquella noche misma, en que estalló la revolución, ví convertido mi templo en cuartel y mi torre en forta- leza; ¡qué profanación! Al siguiente día me ataron, cual si fuera un criminal, y me bajaron al suelo. Me colocan
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