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LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO 361 la palabra? Pues aunque te ahogues, la historia de los jesuitas es la historia de todas las ciencias en todos sus ramos. Y si nó, tú, que eres tan sabihondo señá- lame uno sólo en el cal no se encuentren emin entes hijos de San Ignacio en primera fila. ¿A que no lo se- ñalas? ¿4 qué nó? Ya decía yo: que tú y los que como tú llaman 4 los religiosos ignorantes, los sois tanto, que no sabeis ni persignaros. ¡A cuánto presumidillo de sábio se le podían aplicar estos versos de Iriarte: ¡Ay dolor¡ ¿no es cosa dura Que tanto aceite acarrees Y tengas la cuadra oscura? No entiendo la alusión. —¡Hombre! Tan adelante vas en literatura? ¿Y eres tú el que me llamas ignorante y te jactas de bachi- Mer? ¡J4, já, já) ¡Qué literato! —Sí, señor. Tengo estudiado retórica y poética. —Y con ella has aprendido la culta latiniparla. —Yo no aprendí tal cosa; pero sí aprendí 4 formi r buenos escritores —De esos que escriben agabachadamente. —¡Qué gabacho ni qué porra! Escritores clásicos, más clásicos que los tuyos. —¡Otra necedad, otro disparate! —¿Cómo lo prueba usted? —Muy fácilmente. Conoces la filosofía de la elo ¿uencia, — ¿Cuál? ¿La de mi amigo Capmany? ¡Bah, que si la conozco!

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