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LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO 347 de brazos quitadosá la agricultura, de hombres arranca- dos á la industria y á las artes, y por fin, de talentos quitados al estudio; y aquélla se componía de hombres deseng »ñados del mundo, de jóvenes amigos del retiro, de almas que no querian contaminarse en la Babilonia del siglo, Ó de genios que buscaban en la soledad pábu lo 4 su ardor de investigarlo todo. Esa tropa de enton- cesse mantenía de sus propios bienes, Ó de la caridad de los fieles, y esta de ahora se mantiene de los trabajos del artesano y del sudor del pobre cavador. Aquella tropa escogida servía al bien de la humanidad, á la gloria de Dios y de la patria, y ésta de hoy no sirve más que á la ambición de cuatro malvados que la sublevan en su favor. ¿Y de esto te glorias? ¡Oh ceguedad! ¡oh mengua! joh liberalismo! tú no puedes gloriarte más que de tus torpezas, perfidias y tiranías. Amoscado algún tanto el Cuartel por las exc lama- ciones con que siempre terminaba su interlocutor, hu- bo de tirar por otro camino. —Al menos, dijo, tendrás que convenir en que mis moradores de ahora son más civilizados que los de an- taño, puesto que no 1 iven en el atraso y en la barbarie en que viven los tuyos. —¡Bárbaros! contestó el Convento con dignidad; ¡bárbaros llaman 4 mis moradores! ¿Son acaso bárbaros unos hombres que se sacrifican por el bien de la huma- nidad? ¿Bárbaros, unos hombres que son los únicos ci- vilizadores del mundo? ¡Bárbaros los que han desterra- do la barbarie de la Sociedad? ¡Oh Cuartel! ¡Oh antiguo Convento, compañero mío! Bárbaros, los que derrama- ron la sangre de tus primitivos é inocentes moradores;

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