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346 LOS SUEÑOS DE UN PEREGRINO tes, arrancados á viva fuerza de los brazos de sus pa- dres; y después de haber entrado en tu recinto se con- virtieron en una soldadesca vil. ¡Oh! ¿Cómo no te estre- meces, y se derrumban tus muros al considerarlo? La mansión de los soldados de Cristo la habitan hoy las huestes de su adversario; en el sitio donde se cantaban las alabanzas divinas, no se oye hoy más que cánticos obscenos, que ofenden el pudor; y en el mismo lugar donde se celebraban los divinos misterios, y el tremen- do sacrificio, allí mismose consuman hoy misterios de iniquidad.¡Oh baldón! ¡Ob vilipendio! profanación! ¡Oh liberalismo! ¡de cuántos crímenes eres reo! Mientras tomaba el pobre algún aliento, se le echó el Cuartel encima, diciéndole algo sobrecogido: Al me- nos no me negarás que he ganado en hermosura exte- terior, y que me cabe la alta honra de contener en mi seno la fuerza reguladora de lassociedad. —¡Oalla necio! repuso aquél: no sabes lo que te pes- cas: Las sociedades humanas giran sobre dos polos: atracción y empuje, ó fuerza moral y fuerza bruta. Están tan equilibradas entre sí estas dos fuerzas, que aumen- tando una, necesariamente disminuye la otra, y su- biendo el nivel de ésta, tiene por el mismo hecho que bajar el de aquélla Esa libertad liberal, de que tú tanto alardeas, guitó villanamente la vida á los soldados de la Cruz, que guardabas en tu seno: les robó sus bienes; re- dujo á la nada la fuerza moral y tuvo que llenar tus co.. rredores de fuerza bruta, de tropas armadas que con- servaran el orden. Pero, ¡ay! qué espantosa diferencia entre la tropa qué guardas hoy, y la que entonces guar- dabas! Esa se compone de hijos robados á sus madres,

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