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TRANSFORMACIÓN 19 —44y! los tengo en las orillas del claro Genil y del famoso Darro, allá en la antigua ciudad de las mil to- rres: los tengo en las márgenes olivíferas del caudaloso Betis; en las extendidas vegas del Segura y Guadalhor- ce; hasta en las riberas del humilde Cardoner, cerca de la Cueva de San Ignacio, y no lejos de Montserrat, hay jardines con flores plantadas por mi mano. El acordar- me de ellas mees tan grato, como le es al avariento re- cordar el sitio donde tiene seguro su tesoro; peroel acor- darme de las flores y plantas que no están en esos jar- dines, me causa un temor semejante al que experimenta el avaro, cuando recuerda el lugar donde tiene su dine- ro mal seguro. Tal vez usted, mi buen compañero, no entienda este lenguaje, pero no importa. Ellas lo enten- derán, yo haré llegar á sus oidos esta conversación, aun- que me cueste mucho; y me daré por bien recompensa- do, si logro arrancar una sonrisa de sus labios, un latido vehemente de sus corazones y un suspiro amoroso de sus pechos; pero suspiro que se eleve hacia el cielo, sus- piro que agrade al Corazón de Jesús, para quien yo vi- VO, y para quien viven esas almas, flores de este árido desierto que llamamos mundo. Durante la conversación, el rostro de mi compañe- ro se había inmutado, los rayos de felicidad habían des- aparecido desus labios, y se notaban en su semblante las huellas del remordimiento. Sentí deseos de sáber las desgracias de mi prójimo para remediarlas, y hasta le indiqué que me dijera la causa de su visible mudanza. pero se excusó con el poco interés de su historia, la cual me dijo que se reducía á la secreta lucha de sus pasio- nes. Le insté á que me la contara, puesto que, contra lo

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