BCCPAM000535-2-21000000000000

LAS MALAS LECTURAS 291 —Conocíá un padre de familia, farmacéutico por más señas, que tenía un montón de chiquillos revolto- sos y traviesos, y tan librepensadores como tú. El, co- mo padre avisado, tenía mandado á los chicos que no gustaran ciertos líquidos ni tocaran ciertos botes de la farmacia, so pena de llevar una buena azotaina, si esca- paban con la pelleja. Un día apareció en el escaparate una botella que contenía un líquido venenoso, y el bien aconsejado padre repitió sobre ella sola cuantas prohi- biciones tenía hechas sobre las demás. Los muchachos, que, como te he dicho, era librepensadores, se suble- varon; y uno de ellos comenzó á expresarse como tú ahora poco te expresabas: ¿Cón qué derecho nos pro- hibe padre gustar esos jarabes y líquidos tan sabrosos? Esto no se puede sufrir! ¿Quién le mete á prescribirnos hasta lo que hemos Ó no hemos de beber? Con sus mis- terios de química y sus composiciones nos engaña para que no sepamos lo que á él no le conviene; y vivamos en la ignorancia y en el oscurantismo, sin saber á qué saben esas hermosas botellas que están diciendo: pro- badme! Bien decía D. Fulano, que nuestro padre es re- trógado y enemigo de las luces; pero no tiene él la culpa, sino nosotros, fanáticos! que creemos esas anti- guallas: Lo que toca, yo me declaro ahora en huelga, y no dejo botella con corcho ni pote con tapadera; que el hombre debe gustar de todo, bueno y malo! Y dicien- do y haciendo, abre la puerta del armario y se tira á pechos una botella de láudano azucarado, preparado para matar ratas: los demás le imitan, y unos eogen por su cuenta ua tarro, otros un pote con su cuchara, y todos iban probando y llenando la panza de aquello

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz