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290 LAS MALAS LECTURAS —Pero, por quí, Zeñor mío? —Porque está prohibido: hace muy poco que lo condenó el Sr. Obispo de Ciudad Real. (Histórico. —Y ¿qué derecho tienen los Obispos para condenar periódicos? Eso es lo que yo no puedo sufrir! ¿Quién les manda meterse en casa de nadie, á decir lo que se debe 6 no se debe leer? Con eso engañan al pueblo, para que no se instruya, ni sepa lo que á ellos no les conviene, y vivamos en la ignorancia y el oscurantismo, sin saber lo que pasa en el mundo. Bien digo yo, que el clero es retrógado y enemigo de las luces. Pero no le echo á él la culpa, sino á los fanáticos que hacen caso de esas antiguallas. Lo que toca, yo no entraré nunca por ahí, que el hombre debe saber de todo, bueno y malo. Tres veces estuvo á punto el tío Taturra de coger á ancracio por la manga de la blusa y plantarlo en la ca- lle, durante esta sarta de disparates que dijo, y lo hu- biera efectuado, si Tarabita con un guiño de ojos no le hubiera significado que le dejara despacharse á su gus- to. Cuando acabó el cochero su razonamiento. tomó la. palabra con mucho reposo el Sr, Tarabita y comenzó así: —En un autor famoso he leído este consejo: Cuan- do oigas disparatar solemnemente y con mucho aplo- mo 4 un hombre, ridiculízado, si puedes; pero no te canses en demostrarle su error, porque el hombre que así disparata es incapaz en aquella ocasión de conocer el peso de tus razones. Por eso, amigo Pancracio, no quiero responder con razones 4 tus sinrazones, ni ridi- culizarte tampoco; pero sí, me oirás con atención un cuento que te voy á referir.

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