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EL PIENSO LIBRE 981 Pancracio y adquirió el apodo de cochero, cuando, me- jorado de fortuna, compró un coche (que tenía la mitad de carro,) para llevar pasajeros á la estación del ferro- carril: Era este Pancracio, según decía él mismo, un li- brepensador, de siete sue'as, de tres costuras, y de pelo en pecho, asíduo lector de Motine A Dominicales v otros Í . ] papeluchos de igual ralea, que para: mengua y afrenta de nuestra España se publicaban entonces; y estaba el cochero tan imbuído en su lectura, y tan fanatizado con su libre pienso, que era de ver mi pobre hombre, cuando entregaba las riendas á su muchacho, y dejando el pes- cante, se metía entre los viajeros. Allí desdoblaba su periódico y se ponía á leer con mucho afán, buscando ocasión oportuna para trabar una polémica religiosa, aunque fuera con la mujer del alcalde, ó con la madre del cura, como él decía. Por mal de sus pecados, entró un día en el coche el Sr. Tarabita. El coche iba lleno de gente, y á pesar de eso antes de arrancar, ye Pancracio se había colocado dentro, cerca de la puertecilla, pretextando que hacía mucho frío y que así irían más abrigados. Echa mano á la cartera donde llevaba el correo, y toma un papel que comienza á desplegar lentamente, con la particula- ridad de que á medida que el papel se desdoblaba, se le iban crispando los cabellos al señor Tarabita, como si sus ojos descubrieran una serpiente que se deslizaba en- tre las manos del cochero y se le enroscaba al rededor del corazón. —(Qué es eso, Pancracio? preguntó con extrañeza. — Qué quiere Y. que sea? Pues las Dominicales del li- bre pensamiento. 19

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