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XXXVII EL PIENSOLIBRE ¿RA allá por los tiempos de masones y li- ¿A berales. Los primeros perseguían furiosamen- PÁV te 4 la Iglesia de Dios, llevando su maldad e? hasta el extremo de tener encarcelado al Vicario “e! de Cristo; y los segundos desgobernaban la Es- paña tan atrozmente, que aquello tenía que ver. Basta decir que habían proclamado la libertad de enseñanza, la libertad de cultos, la libertad de asociación, la liber- tad de imprenta, la libertad de pensar, la libertad de hablar y escribir cuantos disparates se quisieran, la li- bertad de blasfemar, la libertad de condenarse, y en fin, la libertad más completa para todo lo malo, y la coac- ción más absolusa para todo lo bueno. Pues en aquellos tiempos liberales (que Dios con- funda eternamente, amén!) vivía Pancracio el cochero, quiero decir, el ordinario de mi pueblo, que se llamaba
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