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Y PARA SIEMPRE?... —¡Ahora mismo! —Vamos, V. tiene gana de chulearse, y... —¡No, hombre, no! Si tú estás seguro de que no existe el infierno, lo estarás también de que Dios no puede castigar al que le ultraja; y si Dios no puede cas- tigar al que le ultraja, es porque no tiene derecho á ello, y si no tiene derecho á ello, tampoco lo tiene á mi- rar por su honor, ni á que los demás le respeten; y si el Criador no tiene derecho á que los demás le respeten, mucho menos le tendrá la criatura mucho menos la tendrás tú. —Pues mire V., Tarabita; mire... que... No tengo nada que mirar. Si Dios no tiene dere- cho á castigarte á tí quele insultas, menos lo tendrás tú para castigarme á mí por los insultos que yo te haga. Esto es más claro que el sol del medio día: esto no tie- ne vuelta de hoja. — Pues sí la tiene, porque Dios puede castigar en esta vida sin que haya infierno en la otra: y así lo hace. ¿De veras? ¡Ay qué salida de pie de banco! ¿Con- que así lo hace, eh? Pues vamos á consultar á la expe- riencia, testigo que nunca miente. Tiende la vista por el mundo, y verás felices, alegres y hartos de reir á mu- chos que han pasado su vida haciendo llorar á otros: verás gozar de opulentas fortunas á hombres que la ad- quirieron hundiendo en la miseria á numerosas familias; verás habitando en magníficos palacios á muchos que merecían estar en presidio; verás oprimida la inocencia y calumniada la virtud, mientras que nadan en la abun- dancia el opresor y el calumniador; verás, en fin, llo- rando á la victima y riendo á su verdugo. ¿Y te parece
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