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268 NO CREO LO QUE NO ENTIENDO —le decía ella en su lenguaje andaluz—arrastrao, que no eres más que un peazo de carne bautizá: anda !zalvaje! que no tiene más luz que la del día! Y cuando le decía muchas vecos una cosa, sin que él la entendiera, se apartaba de su lado exclamando: ¡Zoquete! tienes el en- tendimiento como la punta de un colchón? Tal era el sujeto que andaba siempre en continua discusión con el Sr. Tarabita. Por eso no extrañarán nuestros lectores que sin tón ni són, meneara Cucufate la cabeza excla- mando: El mundo está lleno de engaños,' y á mí no me la pega nadie; yo soy como Santo Tomás; ver y creer. El Sr. Tarabita tiró al burro de la jáquima y se lo aproximó cuanto pudo. —¿Qué estás diciendo? preguntó un tercero. —Ná, que no creo lo que no veo. —¿Qué le parece á V., maestro? —Que lo mismo diría mi compañero si pudiera ha- blar; y puso la mano en la frente de su burro. Una risita maliciosa apareció de repente en los la- bios de los circunstantes; y Cucufate algún tanto amos- cado volvió á repetir: Lo dicho, dicho: no creo lo que no veo. —¡Eso es mentira! ¿Has visto tá las Américas? ¿Has visto el Asia? ¿y no crées tú que existen esas partes del mundo? Cucufate enmudeció. —¿Has visto tú 44 tus bisabuelos y tatarabuelos? ¿y no crees que han existido? Cucufate dió la callada por respuesta. ¿Has visto tú las palabras que salen de mi boca? ¿y no crées que te estoy hablando? pues de este mismo
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