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do, que no discrepen en puntos esenciales, que no nie- gue una lo que afirma otra. Ahora bien; de dos personas que una afirma lo que otra niega, alguna se ha de equivocar, alguna no « verdad; es así que esto sucede en las religiones, luego no todas son verdaderas. Esto se ve más claro todavía, si del dogma pasamos á la moral, de la teórica á la práctica. ¿Cree V. agrada lo mismo á Dios el heroismo de una virgen cristiana, que se deja martirizar antes que perder reza, y una mujer pagana que viva encenagada en la torpeza? ¿Cree V. que agradan lo mismo á Dios las ala- banzas que el católico tributa 4 su Madre Inmaculada, que las blasfemias con que la insultan los protestantes? ¿Cree V. que agradan tanto á Dios las maldiciones del impío, como los cánticos de las almas puras? ¡Nó! Y por consiguiente, bien puede colegir por aquí que todas las religiones no son buenas ni verdaderas. —Convengo en ello; ¿pero hay alguna que lo sea y en este caso, ¿cuál es? Lacatólica, apostólica romana. —iHombre! fácil es afirmarlo; pero ¿dónde están las pruebas? — Aquí las tengo, en la manga. El religioso sacó dé ella el famoso criterio del in- mortal filósofo de Vich, y comenzó á leer: «Pruebas históric 18 de la revelación. Existe una socie- dad que pretende ser la única depositaria é intérprete de las revelaciones con que Dios se ha dignado favore- cer al linaje humano; y esta pretensión debe llamar la atención del filósofo que se proponga investigar la ver- CATÓLICA ES LA VERVADERA?
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