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¡INDIFERENCIA! 257 ¿No dijo V. ayer que creía en la inmortalidad del alma? otra vida. Luego si el alma es —Pues, aunque la haya, ¿quién va á encontrar la verdad entre tantas opiniones? ¡Quién se va á meter en tantos líos? ¡Indiferencia! ¡ind cual viva como se le antoje! iferencia! y que cada —No, señor. Eso sería añadir ála insensatez la ce- guedad; porque ciego es el. hombre que permanece tranquilo al borde del más espantoso precipicio. El des- dichado que tiene la desgracia de seguir una religión falsa, estudiando y meditando sobre ella, puede venir en conocimiento de su error y abandonarla: el impío que niega la verdad de la revelación y pretende probar que nuestra religión es falsa, al examinarla ó discutirla puede dar con un libro docto Ó una persona sabia que le convenza de la verdad; pero un indiferente no tiene medio para salir de su error: su estado es ciertamente funesto, fatal. La religión que ese infeliz mira con tan- to desdén, no es cosa con la cual tenga él que ver; ver- sa nada menos que sobre sus intereses eternos: es la única maestra que puede enseñarle su origen, su desti- no, su fin, y el camino que á él le conduce; pero él, con toda la osadía que la ignorancia inspira al hombre, la desprecia y se burla de los que la siguen. ¿No le parece á usted esto una triste ceguera? ¿No conoce todo lo ab- surdo, todo lo horrible de la máxima:—dejemos que ca- da cual viva á su antojo? Vivir uno á su antojo, depen- diendo de otro, no puede ser: y la criatura, por. más que V. quiera negarlo, depende de su Criador, y tiene obligaciones muy sagradas para con él. Luego la indife- rencia en materias religiosas es un absurdo.

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