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¡INDIFERENCIA! 255 ¿piensa V. que su incredulidad destruirá la realidad de las cosas? Si existe ese otro mundo donde están separa- dos por un abismo insondable el bien y el mal, el vicio y la virtud, ¿dejará de existir porque á V. plazca el ne- garlo? Y esa negativa y esa indiferencia con que V. mi- ra las cosas de la otra vida, trastornará el destino que según las leyes inmutables del Eterno le haya de ca- ber? Cuando V. se halle en la aterradora presencia del Criador del Universo, de Aquél que le sacó de la nada, y vea que le pide cuentas de su conducta para con él, del culto con que le honró, ¿cree V. que se dará por sa- tisfecho con que le responda: —yo no entendía de culto ni creía en religión ninguna, porque era indiferente? ¿Cree V. que será allí buena excusa esa indiferencia, esa incredulidad y ese desprecio del Ser Supremo? —¡Mise- rable! dirá el Omnipotente á todas las excusas del in- diferente. —¡Miserable! los instintos de tu naturaleza y las nobles aspiraciones de tu corazón ¿no te daban á co- nocer la existencia de otra vida, y te hablaban de la inmutabilidad y eternidad de tus destinos? Y si no te- nías su testimonio p r fidedigno, ¿no era digno de todo crédito el testimonio de la humanidad que en todos tiempos se ocupó de un modo especial en asuntos de religión? La religión fué el objeto sobre que versaron las más profundas meditaciones de los sabios; la reli- gión, la base enque se apoyó siempre el edificio de las leyes civiles; la religión quien adelantó la ciencia y las artes, quien llenó las bibliotecas de libros, quien abolió la esclavitud, quien civilizó al mundo y quien te estaba diciendo acorde con la humanidad: hay otra vida! Y tá, despreciando á la religión por fanática, y á la humani-

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