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A A MN 250 ¿A QUE TANTA BEATERIA? que V. falsamente supone, es decir, que Dios no tenga derecho á exigir de nosotros cosas que niá El le en- grandecen nile empequeñecen. Nada le da ni le quita 4 mi padre, en el ser de padre y en el ser de hombre, el que yo le obedezca ó no le obedezca: ¿pero se seguirá de aquí que él no tiene derecho á mandarme y á ser obedecido? Nada le quita ni le pone á V. en el ser de oculista nien el ser de hombre que yo le pague Ó no le pague á V. la cura que acaba de hacer á mi prima: tan oculista y tan hombre será V. si no le pago, como si le pago doble: ¿pero se seguirá de aquí que V. no tiene derecho á exigirlo, ni yo obligación de dárselo? Taturra.—Chico! lo partió por medio! Como le pon- ga otro argumento de bolsa como ese lo convierte esta noche, y sale de aquí rezando el trisagio. Una carcajada acompañó la última palabra; y el dentista, viéndose objeto de la risa universal, se rascó la oreja, meneó la cabeza, procuró recobrar la sereni- dad que tenía medio perdida, y exclamó: Convengo en que Dios tenga derecho á la adora- ción y homenaje de sus criaturas; pero basta que cada uno le adore como su razón le dicte: para eso es sufi- ciente la luz natural. —Pero, hombre, ¿y los infelices que 'no tengan luz como le pasa al pobre que no sabe leer? —Pues yo le digo á V. que la luz de la razón no falta á ningún hombre. —Pues yo le digo á V. que muchos hombres no tie- nen más luz que la del día. ¿Y qué importa que todos los hombres tengan esa luz, si la mitá la tienen apagá y ls
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