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¡HOMBRE DE BIEN Y ESO BASTA! 249 y materialista. Y aprovecho esta ocasión para desmentir esa calumnia y sir que no soy materialista ni ateo. Creo en Dios y en la inmortalidad del alma: en Dios, porque, así come'no se concibe un efecto sin causa, un hijo sin padre, un cuadro sin su pintor, así no se con- cibelas criaturas sin Criador, al mundo sin Dios: y en la inmortalidad del alma, porque lo que es absolutamente simple no pue le morir, no puede perecer por descom- posición, y simplísima es nuestra alma, por ser sustan- cia espiritual, y el espíritu es inmortal por su natura- leza. —Muy bien, doctor, me satisface cumplidamente la base que V. acaba de sentar, y sobre ella admito la dis- cusión en cualquier terreno que V. me la presente. — Pues digo que admitidas esas dos verdades de sentido común, mis teorías son: que del otro mundo no sabemos nada de cierto: que allí andaremos trampcando como aquí, poco más Ó menos; y por consiguiente, que debemos respetar las ideas de cada cual, y contentar- nos con ser hombre de bien... —Y de bien lejos que será V., repetía Tatur, a, mien- tras el dentista continuaba: —Dios no necesita para nada el culto de los hom- bres; ¿qué le importa á él que yo confiese Ó no confiese, Que vaya á misa ó no vaya? Eso ni le da ni le quita na- da al Ser infinito. —Cuestión tenemos para muchas noches, si V. mar- cha por ese camino; y por lo mismo le voy á seguir. Convengo con V. que á Dios nada le quitan las blasfe- mias del impío, y nada esencial le dan las fervorosas co- muniones de un alma santa; pero de aquí no se sigue lo :
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