BCCPAM000535-2-21000000000000

14 DOÑA PILAR, PILARITA quedan? preguntó la joven.—SíÍ, pero como yo doy el dinero á peseta por cada duro, pagadero á los tres me- ses, tendrán ustedes que firmar un recibo de nueve du- ros; y esto no vale tanto. —¡Dios mío! ¡Dios mío! suspiró la enferma con voz apagada: ¿Y tendría usted valor para eso? Una risita sardónica, quinta esencia de la ironía, fué la contestación de la maldita vieja. Hubo unos momentos de silencio, bien amargos por cierto para hija y madre, silencio que inte: umpió por fin aquella judía diciendo: Si me dáis la n del Pilar; podré... —¡Nó! ¡n 5! ¡jamás! respondió Pilarita llorando: fué lo último que mi padre tuyo en sus manos: con ella me bendijo, encargándome que la conservara, y no me desprenderé de ella por nada del mundo. Sólo la muer- te me la podrá arrebatar, porque antes de empeñarla, pediré limosna. Sí, pediré limosna, que el ser pobre no es deshonra... Y al decirlo, se tapó la cara con el delan- tal, y se apartó á un rincón para que su madre no mu- riera de pena, viéndola llorar. Esta escena desgarradora fué presenciada por una señora rica, noble y piadosa, que, sabedora de la des- gracia de aquella familia, fué á prestarle los socorros de la caridad. Al entrar en la sala de la enferma, oyó la conversación qué hemos descrito, y por no interrum- pirla, se mantuvo oculta detrás de la cortina. Al oir los sollozos de Pilarita, no se pudo contener, corrió de re- pente la cortina, y entró en la sala con majestad de rei- na, luciendo sobre su modesto traje el cordón de San Francisco. Lo primero que hizo fué dirigir á la vieja una mira-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz