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LA VIRGEN NECIA 231 sus alas y la condujeron á presencia de su Amado. Este lleno de compasión, roció con la sangre que brota de sus llagas la lepra de aquella alma, que al contacto de la sangre divina, se iba poniendo sana, hermosa y res- plandeciente. Al sentir sobre sí el rocío de la sangre de Jesús, despertó la Virgen necia abrió sus ojos y seen- contró con los del Señor, que le miraban tristemente. ¡Ay, cuánto tiempo me has tenido olvidado! fué la queja de Jesús: ¡cuánto tiempo que no nos habíamos visto! ¿Dónde has estado? Yo, encerrado en mi sagrario - preguntaba por tí á los ángeles que me asisten; les en- tregaba mis querellas y suspiros, diciéndoles tu nom- bre para que te buscaran por la tierra: ¡mas ay! los án- geles recorrían todo el globo y volvían llorosos á de- cirme: Tu amada se ha sumergido en el cieno, porque no la hemos hallado en las regiones de la gracia. ¿En dónde estabas tú?... Y ella no se atrevía á levantar sus ojos humedecidos por no encontrarse con la mirada dulce y acusadora de Jesús que le decía: ¿Por qué no me hablas? ¿Es posible que tan pronto se borraran de tu memoria los dulces recuerdos de me- jores días? ¿Es posible que olvidaras al Amante que te dió las horas más felices de la vida? ¿No recuerdas qué dichosos volaban los días en torno nuestro, cuando mi- lares de espíritus purísimos nos contemplaban en nues- tros primeros amores? Las lores de mi cariño brotaban para tí blancas y puras, como la azucena: ninguna de ellas tuvo jamás una espina que te lastimara. Pues en- tonces, hija de Eva, ¿por qué huiste. del Sér que tanto te amaba?...

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