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12 DOÑA PILAR, PILARITA padre moribundo que lando los dos abrazados por lar- go rato. Aquel fué el abrazo de d 'spedida, porque una hora después aquel honrado oficial murió con la muerte de los justos. Hija y madre sufrieron con dolor profundo, pero con santa resignación, el tremendo golpe que, privándoles de un sér tan querido, las sumergia en un mar de tra- bajo y privaciones. ¡Oh, qué cuadro tan triste presenta- ba un mes después la casa de Pilarita! Aquella casa que antes parecia un trasunto de la gloria, vino á quedar convertida en un pequeño purgatorio. La madre, consumida por la pena y debilitada por el trabajo, quedó postrada en cama, donde ofrecia el do- loroso aspecto de un alma en pena; y la hija, que no se apartaba de su lado; parecia un ángel de esos que pro- digan sus consuelos á las almas que sufren en la man- sión destinada á la purificación de los difuntos. Pero aquella enferma, además de los consuelos, ne- cesitaba otra clase de cuidados, cuidados que agotaron bien pronto, los escasos ahorros que tenian. En vano Pilarita trabajaba día y noche para ganar algo con que socorrer á su madre, pues no bastando para eso el fruto de su trabajo, se vió precisada á vender los muebles de la casa, y hasta sus modestos. vestidos. El día en que fué 4 empeñar el último traje que le compró su difunto padre, lo besó antes mil veces, y lo regó con lágrimas aquella hija, dechado de amor filial; pero este sacrificio no bastó, porque llegó un día, día supremo, en que faltó medicina para la madre y alimen- to para la hija. ¿Y quién lo creyera? ni aun entonces desconfió de la Providencia divina aquella verdadera
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